Un pueblo a cuestas
- Lunes, 13 Octubre 2014 22:55
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NO SÉ SI SERÁ VERDAD, PERO DICEN que la empresa china contratada por el Gobierno para devolverle la navegabilidad al río Magdalena entre Neiva y Barranquilla está proponiendo trasladar de sitio Honda, la venerable.
Un proyecto muy parecido al que se les ha ocurrido a los planificadores del desarrollo con la gente del Quimbo, Huila: mandarlos a reconstruir su tierra en las selvas del Amazonas porque han decidido, cueste lo que cueste, construir una nueva hidroeléctrica en vista de que la de Betania se les llenó de barro. Hay experiencias de estos traslados técnicos.
Por ejemplo, la de Gramalote. Una historia en desarrollo, como dicen ahora los comunicadores. Resulta que un día el pueblito se escurrió porque estaba construido sobre un falso, o sea una falla geológica. Se escurrió y se partió en pedacitos. La iglesia quedó en un lado, la cárcel en otro, los parques por aquí y por allá, y las casas —veteadas y destartaladas— cada una donde las fuerzas telúricas la reubicó. Gritos de espanto. Medios a discreción. Tema para varios meses. El presidente, con su pantalón anaranjado, se hizo presente con todos sus ministros, acompañado de los muchachos y muchachas de Planeación, los profesionales en grietas y auxilios, el obispo, los generales, los escoltas, los topógrafos, la Defensa Civil y una larga cola de ONG.
La gente corrió despavorida a refugiarse en Cúcuta, San Cristóbal, Bucaramanga, Bochalema. Y allí se quedó hasta que el Gobierno la mandó llamar a decirle que después de mucho buscar y rebuscar, había encontrado una lomita dónde reconstruir el pueblo. Que no había sido fácil porque los ocupantes de la lomita eran ocupantes sin título, o con título, pero falso, o que tenían hijuelas e hijuelas de hijuelas. Un problema jurídico complejo sobre el cual no se podía pasar debido a que estamos en un país de leyes. La gente no fue a mirar porque conocía la lomita como sus propias manos. Lo que sí querían saber era cómo iba a ser la iglesia, dónde iba a quedar la cárcel, quién iba a diseñar los parques. Porque una cosa es una iglesia colonial, aunque no lo fuera, y otra, una iglesia moderna, aunque tampoco lo fuera. Las beatas preguntaron por el altozano, por el altar mayor, por la custodia.
Los representantes oficiales no sabían qué responder porque no estaban investidos del carácter plenipotenciario. El clima político se iba complicando cuando se preguntó por el color de la casa de gobierno. Los santandereanos del norte son muy celosos de los colores políticos porque en Gramalote han pasado varias guerras civiles. Los altos empleados agonizaban de hambre y el piquete no aparecía. Para matar el tiempo y enredar la cosa, un arquitecto del Ministerio de Vivienda sacó el plano de las casitas que proponía. Y ahí fue Troya. Cada uno de los 6.000 habitantes –niños, adolescentes, adultos y viejos– quería la casa tal cual la tenía, pero no en el mismo sitio donde estaba. Todos querían quedar en el marco de la plaza porque, gritaban, estamos en un país donde la igualdad se respeta. A una operadora se le ocurrió la brillante idea de echarlo a la suerte. Ni que el diablo se hubiera aparecido: los antiguos dueños de las casas señoriales pusieron el grito en el cielo. Ni más faltaba: los derechos se heredan. Hubo amago de puños entre los señores de la plaza y la gente de los barrios. Se superó la emergencia cuando el intrépido general Palomino pitó para que sus muchachos intervinieran. Cada cual a su sitio, gritó. El orden regresó por pocos minutos hasta que alguien preguntó por el acueducto. Nuevo problema. No aceptamos que nos vayan a meter agua del río Peralonso, como sugirió un ingeniero. Nada de eso.
Queremos nuestra agua, la de siempre. El tema enfrentó el país político con el país nacional. Se habló de costos, de pendientes, de pulgadas. Nada, nada convenció al pueblo soberano. El reloj marcaba las 4 de la tarde. El helicóptero no puede salir después de esa hora, dijo uno de los pilotos de Presidencia. Nos vamos, dijo el general. Y se fueron todos. Unos por aire y otros en los buses contratados para el efecto. La gente siguió discutiendo hasta bien entrada la noche cuando se propuso cambiar el nombre del pueblo por el de Uribe Uribe, el héroe liberal que los conservadores dejaron pasar el puente sobre el río Peralonso en la guerra de los Mil días, para masacrar su ejército después en Bucaramanga. Los liberales alzaron el puño. Los conservadores propusieron hacerle caso al procurador y llamar el nuevo pueblo Samuel Jaimes, en honor al cura que reconstruyó las torres de la iglesia que el temblor de 1875 derrumbó. Ningún acuerdo. El traslado de los pueblos no es cosa fácil.
Fuente. El espectador

