Domingo, Abril 20th, 2008...6:57 pm
La investigación científica y los sindicatos
La investigación nos permite ir más allá de una visión superficial y desarticulada de la realidad social, superando el enfoque de verla como una sumatoria anárquica de hechos fortuitos para pasar a concebirla como totalidad concreta – entendida ésta como la unidad de lo diverso, de lo múltiple, en un espacio y tiempo determinado–, resultado de un proceso histórico de carácter dialéctico, con una dinámica y lógica propia, que se desarrolla a partir de sus contradicciones. Además, nos posibilita integrar los diferentes aspectos que la componen –económico, político, social, ideológico, cultural– en una sola globalidad, vinculándola y relacionándola en los ámbitos local, nacional e internacional.
De acuerdo con esta visión, un fenómeno particular solo puede ser comprendido en relación con el todo y esta última se manifiesta en un conjunto de acontecimientos cotidianos, claramente estructurados, que están determinados por unas relaciones dialécticas en las cuales encajan. Para poder investigar esta realidad no sólo es necesario comprender cómo se expresan y relacionan cada una de las partes, sino también cómo éstas se relacionan con la generalidad y viceversa, cómo se afectan, qué contradicciones tienen, cuáles son sus movimientos y tendencias y cómo se transforman. El análisis de un fenómeno dado es incompleto si la historia de su desarrollo no es tomada en cuenta. Asimismo, la historia de un determinado fenómeno es también incompleta si no se consideran las interrelaciones entre los fenómenos
El que exista el mundo como totalidad no implica que lo conozcamos y entendamos por qué está regido y cuál es su causalidad. Tampoco reunir una serie de hechos, como evidencia empírica, significa que logremos comprender y conocer la realidad. Es la investigación la que, a través de un esfuerzo tesonero, riguroso, constante, ordenado, metódico, bien estructurado y desarrollada con un enfoque correcto, la que nos permite analizar racionalmente un hecho, un conjunto de hechos y, al mismo tiempo la totalidad y conocer a fondo la realidad.
Por eso, el ser humano está permanentemente investigando. Esto es, analizando lo que pasa a su alrededor, haciéndose preguntas en torno a su vida y actividad social, buscando alternativas y respuestas a los problemas que se le presentan. También está cotidianamente construyendo ideas, las cuales históricamente corresponden a las relaciones económico–sociales establecidas en un momento dado por los hombres y, por tanto, ellas son productos históricos y transitorios. Las ideas se construyen en la práctica social, o sea, en la producción, las luchas sociales y políticas, la investigación, el estudio y la experimentación científica.
A diario, nosotros como trabajadores, nos hacemos un montón de preguntas. Unas sencillas y cotidianas; otras complejas y trascendentales. Estas preguntas pueden dar origen a muchas investigaciones y nos posibilitan un acercamiento a nuestra realidad, pero no son suficientes para conocerla a profundidad, ni mucho menos para cambiarla. Para lograrlo, se requiere un trabajo científico de investigación, el cual podemos aprender y poner en práctica si nos exigimos a diario en nuestra formación y en nuestro compromiso con éste, y una práctica social transformadora.
La investigación se propone ser una herramienta de transformación del mundo. Efectivamente, cuando avanzamos en la investigación y ésta nos lleva a explorar temas antes no tocados, ese ejercicio nos sirve para construir conocimiento y ciencia. Forzosamente este conocimiento nos crea conciencia sobre los hechos estudiados y la necesidad y motivación de transformarlos, la práctica social, pero también la necesidad de construir cultura e identidad, desarrollar una arquitectura del pensamiento propia, la lógica dialéctica. A continuación vamos a tocar y a explicar cada uno de estos aspectos en relación con la investigación.
La Construcción del Conocimiento.
No es posible construir conocimiento sino se investiga. Pero esa construcción obedece a un proceso claramente articulado, no separado, que comienza cuando comprendemos que el mundo existe objetivamente fuera de nosotros y lo que hacemos es interpretarlo a partir de sensaciones y reflexiones, que son reflejo de esa realidad en nuestro cerebro. Para poder encontrar la conexión de todos los diversos acontecimientos que componen la realidad, es preciso objetivarla, es decir, acercarnos a una interpretación científica de ella, cosa que tan sólo es posible a través de la racionalización de la experiencia, como práctica social, el estudio de otras experiencias y la investigación. ¿Hasta dónde hemos llegado a lograr una interpretación realmente objetiva? La respuesta a esta pregunta sólo nos la puede dar la práctica, en otras palabras, la experimentación y comprobación en el terreno.
Lograr objetivar la realidad y construir un pensamiento científico es todo un proceso, que parte de las sensaciones y conocimientos adquiridos a través de los sentidos –conocimiento sensorial–. Innumerables fenómenos de la realidad objetiva se reflejan en nuestros cerebros por medio de los sentidos –la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto–. Esas sensaciones se convierten en conocimiento puramente sensitivo.
Ese conocimiento sensorial, ligado a la concepción del mundo mecánicamente impuesta por la burguesía al pueblo y complementada por la fuerza de la tradición, de las culturas ancestrales y de la religión, construye el sentido común. Allí hay un nivel de racionalidad, aún incoherente y fragmentario, que aún no alcanza el estadio de desarrollo que tiene el pensamiento científico.
Entonces, el sentido común es esencialmente un agregado caótico de concepciones heterogéneas del mundo sedimentadas en la conciencia de los hombres, que puede ser desarrollado en la medida en que elementos críticos surjan para posibilitar elevarlo hacia el pensamiento abstracto objetivado.
Al entrar a profundizar en las características tanto de la esencia como de la forma de esos fenómenos, mediante el estudio, la investigación, la participación en la producción, en la práctica social y en la vida política, se da un salto en ese conocimiento sensitivo y en el sentido común y estos se transforman en conocimiento racional, en ideas relativamente acabadas. Tal es el proceso de construcción del conocimiento. Atravesamos, entonces por una primera etapa en el proceso del conocimiento en su conjunto, la que conduce de la materia objetiva – realidad– a la conciencia subjetiva – conocimiento–, que redunda en la elaboración de un conjunto de ideas que reflejan la comprensión que tenemos de los fenómenos.
En esta etapa, todavía no se ha comprobado si la conciencia e ideas reflejan correctamente las leyes de la realidad objetiva –objetivación–, todavía no se puede determinar si son justas. Luego, se presenta la segunda etapa del proceso del conocimiento, la etapa que conduce de la conciencia a la materia, de las ideas a la existencia, esto es, aplicar a la práctica social el conocimiento obtenido en la primera etapa, para ver si esas ideas pueden alcanzar a materializar los objetivos esperados.
Después de las pruebas de la práctica, el conocimiento adquirido en ésta debe ser racionalizado y convertido en teoría – conocimiento abstracto–, lo que presupone realizar otro salto en el proceso. Esto nos ayudará aún más a objetivar la realidad y a medir qué capacidad tenemos de transformarla. A menudo sólo se puede lograr un conocimiento correcto después de muchas reiteraciones del proceso que conduce de la práctica al conocimiento y del conocimiento a la práctica.
Si desarrollamos una actividad práctica, incluso un esfuerzo de transformación de la realidad y sólo nos remitimos en ella a analizar y racionalizar la experiencia propia, sin ligarla al conjunto y sin encontrar las concatenaciones y tendencias que sigue el medio donde nos desenvolvemos, nos quedaremos en una concepción de construcción del conocimiento puramente empírica, sin pasar todavía a realizar un análisis completo, materialista dialéctico de esa realidad.
El conocimiento empírico se limita a describir, catalogar, exponer y esquematizar todas las manifestaciones externas, superficiales, del proceso real, o las apariencias de las cosas y los fenómenos, sin llegar a establecer su esencia, relaciones y nexos internos y menos a encontrar el paso que hay de unas formas a otras del movimiento. Por tanto se circunscribe a presentar a los movimientos visibles y puramente aparentes como los movimientos reales e interiores.
Para poder presentar el carácter histórico concreto y la esencia de las cosas y los fenómenos, es decir, sus aspectos contradictorios internos, su permanente cambio y movimiento y sus relaciones o conexiones con las demás cosas, hace falta el conocimiento lógico dialéctico. Pero este conocimiento no se deriva, de manera automática, del anterior, ya que se mueven, por así decir, en planos diferentes y obedecen a leyes del conocimiento también diferentes: las primeras son resultado de la experiencia práctica espontánea, en tanto que las segundas son el fruto del pensamiento lógico dialéctico. La simple labor de observación, numeración, separación y clasificación no es, propiamente dicha, una labor científica, y puede entrar en contradicción con el pensamiento lógico dialéctico a partir de la confrontación superficial de algunos resultados empíricos. Además, la dialéctica no sólo establece las diferencias cuantitativas y cualitativas entre las cosas y los fenómenos del mundo objetivo, sino también, de manera particular, lo que es común a todos ellos en un sistema o concepción única y la transformación de éstos, en un proceso que implica su transición y cambio hacia nuevos fenómenos, por lo general con un carácter más elevado. Es el pensamiento dialéctico el que permite captar todas las leyes y propiedades que rigen el movimiento del mundo objetivo, de la sociedad y del propio pensamiento. Hace, por tanto, aprehensión de los fenómenos que refleja, algunos de las cuales no aparecen o no se muestran a los órganos de los sentidos, al conocimiento empírico.
Es así como el conocimiento dialéctico representa una etapa cualitativamente distinta a la empírica en el proceso de desarrollo del conocimiento. Si bien ambas formas de conocimiento están relacionadas y se vinculan en la práctica, no obstante cada una de estas formas de conocimiento desempeña un papel diferente, aunque interconectado, destacando siempre una u otra de ellas, según la naturaleza de los problemas a que nos enfrentamos y el conocimiento que tengamos de ellos. Casi siempre empezaremos, en las investigaciones que hacemos, a desarrollarlas desde una recopilación empírica –construyendo la llamada evidencia empírica–, pero tendremos que trascenderla y lograr estudiar a fondo el problema, analizarlo desde todos los puntos de vista y examinarlo de una manera correcta para trazar directrices que nos permitan guiar nuestra acción social y política acertadamente.
Es necesario aclarar que no todo conocimiento procede de nuestra práctica ni de la experiencia directa que hagamos. Es decir, no tendremos que comenzar de cero en nuestra labor investigativa, al menos no en toda una serie de cuestiones fundamentales, lo que indudablemente nos evitará muchos errores, esfuerzos y quebraderos de cabeza innecesarios. Ese conocimiento transmitido a través del estudio y de la investigación de las fuentes indirectas es esencial para poder arrancar a desarrollar el trabajo que nos proponemos realizar y debe ser complementado por el trabajo de campo que hagamos.
Cuando hemos alcanzado un conocimiento científico no hemos terminado con el proceso de construcción cognoscitiva, pues hay que pasar a probar en la práctica las bondades de ese conocimiento, la capacidad que hemos tenido para construir una guía para la acción y también la idoneidad que tenemos para lograr con este acumulado intelectual, plasmar soluciones concretas a los problemas que tenemos. Es allí que el conocimiento se vuelve concreto. Ese cúmulo de ciencia, entonces, se debe convertir en un factor activo, no pasivo, que permite al hombre actuar sobre la realidad y transformarla, al tiempo que él mismo se transforma. Luego viene la racionalización de esa práctica, donde el conocimiento adquirido a través de la acción vuelve de nuevo a convertirse en teoría, adquiriendo un contenido más rico y más profundo, con lo que, se puede decir, se completa el ciclo: de lo concreto –de la acción– a lo abstracto, y de aquí a la práctica, con la diferencia de que ese nuevo conocimiento concreto ha sido puesto en juego y ha sufrido su prueba de fuego en la vida diaria. Si el resultado obtenido es satisfactorio, ya sea en la producción material, en la lucha de clases o en la experimentación científica, habremos subido un escalón en el proceso infinito de construcción del conocimiento.
Por otra parte hay que señalar que el conocimiento abstracto no puede ofrecer más que las leyes generales, universales, del desarrollo, y que su papel en el proceso de conocimiento se destaca, precisamente, porque supone una etapa de transición hacia el conocimiento concreto. La verdadera investigación científica nos debe llevar a vincular el conocimiento universal, global, con la realidad inmediata y concreta.
De igual manera que el conocimiento empírico supone una etapa necesaria, previa a la etapa del conocimiento abstracto, éste resulta, a su vez, imprescindible para acceder al conocimiento concreto, es decir, para poder desarrollar una práctica social y política transformadora. En conclusión, la cuestión de la construcción dialéctica del conocimiento sigue la senda de la apariencia a la esencia y de la esencia a la práctica, con la que se amplía y profundiza al mismo tiempo el conocimiento, se hace más vivo más claro, polifacético o multiforme y, el últimas, más concreto.
Desarrollar el pensamiento dialéctico en la investigación requiere de un transcurso que pasa por transitar de lo inferior a lo superior, de lo simple a lo complejo, de lo superficial a lo profundo, de lo unilateral a lo multilateral, de lo particular a lo general y viceversa. Es el mismo proceso que ha sufrido la humanidad para edificarse y el conocimiento para alcanzar las actuales alturas, muy desmeritadas por los mediocres representantes del establecimiento. Es sólo con el desarrollo de la sociedad moderna, que trae aparejado el avance de las fuerzas productivas y el desarrollo de las clases sociales contemporáneas, que cristalizan en el hombre la posibilidad de materializar una visión global integral de la sociedad y la naturaleza.
La Construcción de Ciencia
Generalmente los trabajadores no se preocupan por construir ciencia, pues consideran que esta es una tarea que solo puede ser realizada por especialistas. Así, toman el clásico papel de las clases subalternas las cuales renuncian a construir conocimiento y ciencia, que les posibilite transformar el mundo. Dejan, entonces, en manos de la burguesía el análisis de su propia realidad, imposibilitándose de esa manera, la construcción de toda crítica y polémica alrededor de las interpretaciones reaccionarias. Un empeño importante a realizar para superar esa carencia es plasmar procesos investigativos, que ascendentemente nos permitan resolver tal deficiencia. Para ello debemos orientar nuestras energías a la construcción de aportes a las ciencias sociales y económicas. Dichos esfuerzos deben centrarse en analizar y explicar, con pleno conocimiento de causa, la realidad con sus contradicciones existentes en la sociedad, el como se produce la riqueza en el seno de este antagonismo, cómo se van desarrollando las fuerzas productivas y, al mismo tiempo, que papel ocupa cada clase en la sociedad, los antagonismo de clases y cómo una de estas clases va fortaleciéndose hasta que llega a su madurez, lo que le permitirá lograr la materialización de su proyecto histórico.
Por lo demás, tiene la certeza científica del movimiento y del cambio histórico que conduce del capitalismo al socialismo, a través de la transformación social. Reivindica la unidad teórico– práctica y enfatiza la necesidad de transformar el orden existente, partiendo de que no basta con explicar o interpretar el mundo, “de los que se trata es de transformarlo” –Marx, Tesis sobre Feuerbach–.
Busca descubrir, cuando es el caso, estudiar, hacer conocer y utilizar como instrumentos de transformación tanto las leyes universales como las generales y especificas o particulares, que rigen la vida natural y social. Esas leyes gobiernan el aparente caos, en que vivimos y el cual, a simple vista, no nos las muestra.
Son leyes universales las que abarcan todos los fenómenos del universo. Son leyes presentes en todos los procesos y situaciones. Pertenecen a este tipo de leyes los principios dialécticos tales como la ley de la causalidad, de la forma y el contenido de la relación entre cantidad y calidad, entre esencia y fenómeno, entre unidad y lucha de contrarios, etc.
Las leyes de carácter general están formadas por principios que ya no abarcan todos los fenómenos de la sociedad, la naturaleza y el pensamiento, sino ramas más restringidas. Pertenecen a esta clase de leyes, la ley de la conservación de la energía, en física; la ley de la selección natural, en biología; la ley de la acción recíproca entre fuerzas productivas y relaciones do producción, en economía, etc.
Las leyes generales y universales tienen también sus manifestaciones específicas.
Es decir, expresión en las formas particulares, en los fenómenos específicos. Gobiernan hechos muy reducidos. Es lo que denominamos leyes particulares, o sea aquellas que sólo tienen validez para fenómenos determinados en una rama de la ciencia, en un país, en un período de la lucha de clase, etc. Ejemplo de ellas son la ley de la oferta y la demanda, la ley del desarrollo decreciente de las utilidades, etc.
Las leyes que determinan el comportamiento de una cosa o fenómeno son el reflejo de lo que es constante, esencial, en él. Esas leyes son objetivas, es decir existen fuera de la voluntad de los hombres y del conocimiento que de ellas se tenga. Por lo tanto, lo que debe hacer el investigador es orientar su trabajo al descubrimiento de ellas. Tienen, además, un carácter reflejo, pues surgen como una imagen en nuestro cerebro de lo que hace constante el fenómeno; la ley está contenida en el objeto, pero está reflejada en nuestra conciencia del objeto. Pero también las leyes son descubiertas con una finalidad. Esa finalidad debe ser la de transformar nuestro propio mundo, la de dominar diversos aspectos que frenan o aceleran el proceso de transformación de la sociedad o de la naturaleza.
Pero nuestra ciencia no se limita a descubrir leyes y a transformar en solitario la sociedad. Precisamente en esa tarea tiene que vérselas con un adversario que tiene medios muy potentes para propagar sus concepciones ideológicas. En esa medida, lucha contra toda alienación ideológica introducida por la burguesía en las clases y sectores tributarios, ejemplificada por la enajenación, la impotencia humana, los valores culturales alienantes y la religión y contribuye a construir un hombre libre, desarrollado integralmente y llevando una relación armónica con la sociedad y la naturaleza.
Como método objetiva el conocimiento, viéndolo como el reflejo de la materia que es su fuente primaria; reivindica el movimiento dialéctico, contradictorio, que tiende al cambio y la transformación y le asigna un papel protagónico al hombre como agente transformador conciente de la historia. Despliega un método que reivindica el conocimiento completo de las cosas y los fenómenos, así como su transformación inevitable, en la medida en que estas son cognoscibles tanto en su forma como en su esencia, tienen contradicciones, viven en movimiento permanente y se niegan dialécticamente, dando ese conocimiento, que tiene un carácter social, al descubrimiento de leyes que los rigen y que pueden ser utilizadas por los hombres para posibilitar su cambio. De esa manera, la ciencia levantada por los trabajadores se convierte en una herramienta objetiva, que coadyuva a alcanzar el cambio social, en la medida en que el criterio supremo y único de ella es su conformidad con el proceso efectivo del desarrollo económico social, por tanto es ajena al dogmatismo y a todas las corrientes que impiden ver claramente el derrotero de los acontecimientos.
En contraposición a una ciencia construida sobre la base de la lógica dialéctica, existe la ciencia burguesa, la cual es incapaz de objetivizar –ver objetivamente– el mundo como totalidad concreta. Esta incapacidad nace porque el punto de partida y el objeto de la cientificidad burguesa, está determinado por sus intereses de clase, es decir, por la necesidad de demostrar la validez e inmutabilidad del orden existente, o sea, del orden capitalista. Por lo tanto, la ciencia para el capitalismo es ciencia en tanto contribuya a consolidar una concepción apologética, directa o indirectamente, con respecto a este modo de producción.
El pensamiento burgués, mientras tanto, llega hasta ahí y es incapaz de superar este marco. Su trabajo se realiza alrededor de dar explicaciones y justificaciones sobre su dominación y la afirmación de esta. El carácter de la ciencia en el modo de producción capitalista y todo su acontecer científico social, así como sus tentativas para explicar la historia están determinadas por este objetivo.
Para la burguesía “ha habido historia, pero ya no la hay” –Marx, Miseria de la Filosofía–. Proclama, con su advenimiento el fin de la historia, niega la transformación del capitalismo, y la posibilidad de nuevos cambios históricos. Hoy, con la crisis del socialismo, recompone esta tesis –ya anunciada en el siglo pasado– y reafirma el carácter natural, eterno e inmutable de su sistema.
Cosifica la historia introduciendo en ella el concepto alienante de que las relaciones económicas y sociales son cosas externas a los hombres, separando esta última de la producción y de la sociedad, y sometiéndola a la dinámica determinada por las relaciones económicas, en vez de dominarlas y colocarlas al servicio de toda la humanidad; no ve que estas relaciones sociales son producto de las relaciones interhumanas, que son ‘producidas por los hombres tanto como la tela, el lino, etc.’ –Marx, Miseria de la filosofía–, por tanto sus cambios son tan frecuentes como los cambios de las fuerzas productivas.
La Construcción de Conciencia
Hacer aprehensión del conocimiento y poder discernir claramente que es lo que sucede en el mundo y en la sociedad concreta en donde vivimos, nos permite identificar grandes grupos de hombres que ocupan un lugar en la producción, los cuales sostienen unas relaciones sociales de producción entre sí, los unos como propietarios y los otros como vendedores de fuerza de trabajo, que ocupan, así mismo, un lugar en la organización social, los unos como los poderosos y los otros como los subalternos, y que reciben cada uno una parte de la riqueza social, los unos la inmensa mayoría de la riqueza producida y los otros una pequeña parte de lo que han creado. A esos grupos, con esas características se les llaman clases sociales. Cuando los trabajadores empiezan a objetivar la esencia de la sociedad capitalista, comienzan a pensar que los intereses de todos los trabajadores son idénticos, también pasan a aprender que la única forma de resolver sus problemas es enfrentándose con la burguesía y, finalmente, se dan cuenta que es necesario realizar alguna acción practica, organizada, para conseguir sus fines. Cuando han alcanzado tal nivel de comprensión es porque tienen conciencia de clase. Y esa conciencia solo se logra si se comprende cual es el carácter del sistema socioeconómico en que vivimos y tal cosa sólo es posible de alcanzar si se investiga y estudia la realidad, hasta poder configurar un cuadro completo de lo que es esta organización de la sociedad, y el papel juegan que en ella juegan las diversas clases sociales. Cuando esto se logra hay la posibilidad que los trabajadores hagan concordar sus ideas con las leyes del mundo exterior objetivo.
Ese paso teóricamente tan fácil de describir, es muy difícil realizarlo en la práctica. Efectivamente, la burguesía ha logrado configurar un tipo de conciencia y conocimiento sobre la aprehensión de la realidad que no objetiva el mundo como totalidad concreta, que niega sistemáticamente el carácter de esas relaciones y que pretende perpetuarlas. Esa concepción ha penetrado profundamente en las masas y actúa como el paralizante que les impide ver lo que sucede. El marxismo ha llamado a ese tipo de interpretación, la falsa conciencia. La falsa conciencia refleja la relación entre el nivel de apropiación de la realidad y de los intereses que esta clase necesita para ejercer su dominación.
Estos géneros son el límite que refrenan a la ciencia, la talanquera infranqueable para esta, ya que la burguesía lucha por impedir que el conocimiento pueda ser una herramienta que rebase sus intereses, sus propia “conciencia”, y se convierta en un instrumento para demostrar la marcha de los movimientos económicos y sociales, y, por consiguiente, su transformación.
Además, esta falsa conciencia es también trasmitida a las otras clases subalternas que la asimilan como algo natural, y hace parte fundamentalmente del proyecto hegemónico de los de arriba. Así, para la burguesía conciencia de clase y conocimiento científico de la realidad tienen el mismo límite. Partiendo de allí, orientan todas las ciencias sociales a demostrar su principio ideológico de que el capital es una realidad económica social natural, universal y eterna.
Marx escribe que el fin último de esta falsa conciencia, es el de “presentar a la producción, a diferencia de la distribución, etc., como regida por leyes eternas de la naturaleza, independientes de la historia, ocasión esta que sirve para introducir subrepticiamente las relaciones burguesas como las leyes naturales inmutables de la sociedad in abstracto”: –Introducción a la crítica de la economía política–. Sacudirnos de semejante control ideológico, requiere, en primer lugar, desarrollar un sentido crítico social de lo existente, en segundo lugar, investigar la realidad, en tercer lugar, racionalizar el conocimiento y la experiencia adquirida por nosotros y por los trabajadores en su conjunto, en cuarto lugar, estar dispuestos a dar un paso práctico para defender nuestros intereses y, en quinto lugar, estar dispuestos a organizarnos con los demás trabajadores. En fin, la investigación y el conocimiento nos llevarán a objetivar la realidad, a luchar por transformarla y a emprender un cambio profundo en la conciencia intelectual, social, política y moral de las mayorías, como modificación estructural de su forma de pensar y ver el mundo y la sociedad.
Desarrollar la Práctica Social
Hemos considerado la investigación como una actividad científico– tecnológica. Sin embargo, esta definición, sólo esclarece parte del problema. Incluso, solamente el aspecto fenomenológico del asunto. El aspecto esencial conduce a definir la investigación, además y principalmente, como una forma de práctica social: como práctica científica.
En su condición de práctica científica, la investigación, constituye una actividad humana orientada a transformar las condiciones de existencia, tanto de la naturaleza coma de la sociedad. Pero, a diferencia de la práctica política –lucha de clases– y de la práctica económica – lucha por la producción–, la investigación como práctica científica no modifica por sí sola, las condiciones de existencia del mundo material. Para cumplir su propósito, la práctica científica debe estar incorporada y realizarse en función de las demás formas de práctica social.
Tiene así, la investigación, como práctica científica un doble aspecto que debemos señalar: Por un lado, ningún objeto puede ser transformado sin antes ser conocido. Pero al mismo tiempo, no basta conocerlo para transformarlo. La transformación de los objetos, sistemas y procesos del mundo material, requiere también una fuerza material capaz de modificarlos. Y esta fuerza material se encuentra solamente en las diversas manifestaciones y estados de la lucha de clases –práctica política–, y de la lucha por la producción –práctica económica-.
La investigación y la práctica científica “pura” no existen en la realidad. No es más que la fantasmagoría de un grupo de académicos que al negar el carácter práctico de la investigación, niegan al mismo tiempo su carácter esencial. ¿Tiene sentido la investigación que no resuelva su por qué?, ¿su para qué?
La práctica científica y en ella la investigación, no puede explicarse por fuera del contexto de la producción social. Es en ella donde se origina y se comprueba. Todo problema social, las plagas, por ejemplo, requiere una respuesta del hombre. Dicha respuesta pasa por dos alternativas: la empírica, basada en la experiencia directa y en la actitud espontánea de la persona o la científica, basada en el método científico de investigación. No hay duda que la sociedad contemporánea requiere cada día más respuestas basadas en la ciencia, que en la sola experiencia.
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